13 nov 2008

Me tomé el atrevimiento de publicar un artículo de opinión del periodista Luis Duarte. Una mezcla de literatura que refleja nuestra realidad





Luis E. Duarte
El autor es periodista
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¿Por qué volvemos a dónde empezamos? El domingo 9 de noviembre en el Estadio Nacional, miraba como la historia regresaba el casete a 1974. Años de dictadura, tiempo de zozobra, días de crisis y elecciones fraudulentas. Somoza está vivo, es un fantasma que vuelve del infierno, se quita las cenizas, sacude el polvo y nos sonríe cínicamente.
Nicaragua no es más un país democrático, es una república bananera en medio de una crisis global de la que nadie habla ahora, pero igual nos viene como un torbellino de luto a empobrecernos, todavía más. ¿Pero quién habla de eso? Vamos a la deriva, con un capitán loco que sacude el timón entre las piedras, mientras acumula todo el poder, no hay espacios para la razón en este país apretado entre dos mares. “El Pueblo Presidente” lo mismo que “El Estado soy yo”. Siglo XIV, y ni estamos en Europa.
Las elecciones y el fraude del domingo pasado son apenas el comienzo de una historia que vuelve al punto de partida, pero con otros protagonistas. No es el relato mágico que se repite con sus miedos a tener hijos con colas de chancho, como dirían los Buendías de la leyenda latinoamericana, es el cuento de viejos guerrilleros, mitificados como héroes, pero que ahora están del lado oscuro del tiempo que combatieron.
En la otra acera, un grupo de políticos cómplices de este desastre, vendidos por un plato de lentejas, mientras el pasado reunía fuerzas para acusarlos el domingo con el índice de algo parecido a una tragedia.
Ellos también son hijos del incestuoso pasado que viola a sus hermanos con la repetición de la historia, pero no sólo nacieron con la cola de cerdo, también les salió hocico, patas, estómago, trasero, panza, vísceras y vidas de cerdo.
Somocismo sin Somoza, 29 años después. ¿Quién hubiera creído en 1979 que no serían la Guardia Nacional, ni los Sevilla, ni el Partido Liberal, quienes continuarían con el sistema, sino, aquéllos que terminaron derrocándolos?
En medio, nosotros.
Las imágenes en la televisión me demostraron que no eran 44 años de historia que estaban perdidos, sino, 10,000 años. La batalla a pedradas en el centro de Managua, en la capital de este país, es la prueba que estábamos retrocediendo a la edad de las cavernas. El nicaragüense no cruzó por el estrecho de Bering, ya estaba aquí en la edad de las cavernas, cuando el animal primitivo no usaba la razón y ocupaba las piedras como armas. Lo hemos visto en vivo y a todo color.
Por fortuna algunos adelantaron la cinta, usaron sus pistolas y rifles para disparar. Gracias por recordarnos que estamos en el siglo XX. 1974.
¿Y ahora, cómo vamos a cantar Nicaragua Nicaragüita? No hay libertad, ni para poner una calcomanía en el auto porque en cualquier momento lo van a quemar en una esquina con banderas rojinegras. No hay libertad para salir a las calles donde uno pueda gritar su frustración porque la Policía no te da permiso y la amenaza de las turbas está presente. No hay libertad porque los medios se sienten intimidados con juicios anunciados por fichas del Gobierno. No hay libertad porque no hay respeto a disentir cuando los canales y radios oficialistas te desprestigian con toda clase de mentiras e insultos. No hay libertad porque tu derecho a organizarte está siendo barrido por la escoba hechicera de la Presidencia-Secretaría FSLN como ha ocurrido con las ONG y los partidos políticos MRS y PC. No hay libertad porque no hay democracia, porque ya ni se puede decir en secreto “No”, te han quitado también ese derecho, el último recurso que nos quedaba para disentir pacíficamente contra esta locura.
Aquí no se construye nada, todo parece terminar en ira. En una retórica de palabras vacías que no son más que caprichos costosos para la mayoría, aunque a ciertos le regalen una refrigeradora.
Falta aire para respirar en estas calles maquilladas con rótulos de uno que quiere reelegirse permanentemente, pero es el mismo Daniel Ortega de hace 30 años. Es el rostro del pasado que nos quita el futuro, aunque lo adornen arrugas y le llegue la calvicie. Es la misma imagen que cargamos como una cruz todas estas décadas. La esperanza es una gaviota que vuela a mitad del océano.
*Tomado de www.laprensa.com.ni

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